Dossier – Recorridos históricos de las GV – 1956-1978

Enlaces a las entradas con el análisis de otros años:

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Los años de El Correo Español – El Pueblo Vasco (1956-1978)

Tras la última edición organizaba por el Diario Ya en el año 50 hubo un parón de 4 años y sólo reaparece la Vuelta en 1955, con la organización a cargo de El Correo Español-El Pueblo Vasco, pero esta vez para quedarse. Del 55 al 78 este periódico organiza 24 ediciones consecutivas, y lo que es mejor, consigue que la carrera deje de ser una competición doméstica, sin prestigio, y destinada casi por completo a los corredores españoles, que tampoco destacaban apenas en el concierto internacional.

Los recorridos se endurecen ligeramente, con más puertos en cada etapa y con bastantes de ellos inéditos hasta ese momento, aparte de que acercan un poco más esos puertos a las metas. Al tratarse el organizador de un periódico vasco procuran que su tierra tenga todo el protagonismo, con muchas etapas y casi todas las, a priori, decisivas.

Y desde luego lo que mejora sustancialmente es la participación. Ese primer año había 6 corredores franceses que habían alcanzado ya el top ten del Tour, incluyendo dos podiums como Lazarides y Geminiani (también top ten del Giro), mientras que Italia presentaba a todo un ganador del Giro como Magni, que también había sido top ten del Tour, a otro podium del Giro como Martini y algún top ten más también del Giro. Por supuesto estaban todos los españoles buenos, encabezados por Ruiz, que también había sido ya podium del Tour, o Gelabert (top ten del Tour), o Emilio Rodríguez, ganador de una Vuelta y segundo en otra, su hermano Manuel, segundo en la Vuelta que ganó Emilio, más otros destacados como Loroño y Serra.

Es decir, que sin ser una participación de campanillas ya se podía decir que era bastante respetable, y eso se mantiene durante las 24 ediciones siguientes con muy pocas excepciones. No venían siempre todos los mejores, pero si que había casi siempre alguno de los mejores disputando la Vuelta. Incluso en la edición del 57 la participación fue realmente estelar, con los 4 primeros del Tour anterior más el décimo, tres podiums más del Tour y unos cuantos top ten, otros tres podiums del Giro, 6 más de la Vuelta…

Tal vez la medida mejor de esa participación sea compararla con la habitual del Giro durante toda esa época. En la Vuelta habrá una media de 7 top ten del Tour por edición, mientras que en el Giro habrá 11 top ten del Tour de media por edición. Sin embargo no se puede decir que hubiera mucha diferencia en el nivel competitivo. Durante esos 24 años habrá hasta 31 corredores que alcanzan el top ten de la Vuelta el mismo año que el del Tour, mientras que por parte del Giro sólo serán 6 más, un total de 37. Y durante ese tiempo el ganador del Tour habrá corrido ese mismo año la Vuelta en 6 ocasiones por sólo cuatro más el Giro, un total de 10. Además en la Vuelta era frecuente ver a corredores tan importantes como Geminiani, Fornara, Van Looy, Poulidor, Janssen, Agostinho…

Final en Urkiola con media montaña antes como desgaste en la Vuelta de 1976.

Lavaredo se hace poco a poco un hueco entre los mitos del Giro.

El mítico Puy de Dôme solía ser un final habitual en los Tours de los años 70.

No obstante el nivel de los recorridos de la Vuelta en comparación con los del Giro o el Tour sigue siendo muy inferior. Probablemente en aquella época no fuera tan relevante dado que era más habitual ver ataques en cualquier terreno, incluso en el llano. De hecho no fueron pocas las veces que la Vuelta se resolvió con alguna escapada más o menos consentida en etapas que a priori se presentaban como intrascendentes.

Además los finales en alto no eran nada habituales, de manera que ese tendencia actual de reservarse para los últimos kilómetros de la última subida no se daba en los años 50 y 60. En realidad, sólo a partir de 1952 se pueden encontrar finales en alto de etapas en línea tanto en el Tour como en el Giro. El Tour presenta ese año un final en Alpe d´Huez, acompañado al día siguiente de un final en Sestriere, y unos días más tarde de otro en el Puy de Dome. El Giro es más modesto en ese sentido y aporta un final en Roccaraso, en plenos Apeninos, mientras que los finales de etapa en puertos alpinos llegarían unos años más tarde, en concreto en el 56 con la ya legendaria etapa del Bondone, aquella en que Gaul destrozó la carrera bajo una ventisca. En la Vuelta los finales en alto propiamente dichos no llegarían hasta los años 70, con la excepción de la cronoescalada a Pajares del 65.

De todas formas esos finales en alto no fueron la norma ni en el Giro ni en el Tour durante los años 60. El Giro sí que vio bastantes finales en alto distintos por entonces pero no era la tónica, mientras que en el Tour prácticamente se limitan a las etapas en el Puy de Dome y el Mont Ventoux con muy pocas incursiones en otras subidas finales. Eso sí, tanto en el Giro como en el Tour esos finales eran bastante duros mientras que en la Vuelta no se pasaba de segundas cortos o de terceras.

Por supuesto, tanto en Francia como en Italia se vieron todos los años etapas de altísima montaña donde prácticamente siempre se decidían las carreras, siendo muy habitual además que el último puerto no fuese el más duro del día, lo que propiciaba que hubiese grandes batallas desde lejos puesto que era más probable alcanzar grandes diferencias de ese modo en ese tipo de recorridos.

En España no se pasaba de encadenar puertos cortitos y apenas se subía alguno que realmente pudiera catalogarse como de primera categoría prácticamente los mismos que hemos citado para las primera ediciones, que tampoco se podían comparar con los puertacos habituales de los Alpes o los Pirineos en el Tour o los tradicionales Dolomitas del Giro. Además solía haber bastante distancia desde estos puertos mencionados hasta las respectivas metas.

La única etapa que podemos considerar realmente como de alta montaña en la Vuelta organizada por El Correo Español-El Pueblo Vasco sería una Barcelona – Andorra, de 241km, pasando por los puertos de Tossas, Puymorens y Envalira, que se disputaría en los años 1965 y 1967. Tampoco es que provocase unas diferencias notables entre los favoritos pues se trataba de puertos muy largos pero bastante tendidos.

Tosses – Puymorens – Envalira, buen encadenado de puertos antes del final de etapa en Andorra durante la Vuelta del 1965.

En esta época el Giro estrena un coloso de los Apeninos llamado Blockhauss.

No siempre la meta estaba situada en Pau tras pasar Tourmalet y Aubisque.

No encontramos motivos razonables para dar por buena esa desventaja extraordinaria que sufría la Vuelta con respecto al Giro o al Tour en cuanto a la dureza de nuestras respectivas carreras ciclistas.

Aceptamos que Francia era una potencia mundial en lo económico, que tenía unas infraestructuras muy buenas en general y un montón de recursos disponibles, además de una tradicional mentalidad abierta de sus habitantes. Italia tal vez se parecía más a España, pero aún así gozaba de ventajas innegables si nos referimos a las infraestructuras. En cualquier caso, tampoco es que las carreteras de montaña de Tour y Giro fueran para tirar cohetes, es más, nadie protestaba por subir un puerto sin asfaltar o por la posibilidad de romperse la cabeza en el adoquinado. Y ojo, que en España la altitud media de las carreteras de montaña es más baja que en Italia o en Francia, y además hace mejor tiempo.

De todas maneras, en los 50 y tal vez en los 60 las carreteras tal vez fueran sensiblemente peores que las francesas o las italianas (aunque estamos hartos de ver fotos de aquella época del Tour o del Giro y no eran precisamente buenas), pero no creemos que en los 70 fuera absolutamente imposible pasar en primavera por Bonaigua, Somport, La Sía, Lunada, Estacas de Trueba, Pontón, San Glorio, El Pico, Serranillos, Mijares, Morcuera, Cotos, Navafría, Sierra Nevada, Ragua… Todos se mantuvieron inéditos y algunos lo siguen estando. También hubieran podido tocar cualquier lugar montañoso cercano a la abrupta costa española, en particular cerca de la mediterránea cuyo nivel de infraestructuras por aquel entonces mejoraba exponencialmente gracias al turismo.

Andalucía casi ni existía. Los Pirineos nunca se aprovecharon (especialmente los catalanes), y la etapa de Formigal del 75, la que más puertos de alguna entidad se vio en la Vuelta durante esos años, es más o menos la misma que las habituales de Cerler o Panticosa pero con final en una estación cuya subida es mucho más suave, y con eso está dicho todo. La «famosa etapa de Avila», tan habitual en los recorridos diseñados por Unipúblic actualmente, nunca se hizo en esos tiempos, ni tan siquiera con Paramera y Navalmoral únicamente. Y de todos los puertos de la sierra madrileña, hoy sumamente transitados, sólo se subieron alguna vez Navacerrada y Los Leones. El mayor problema era que al darle todo el protagonismo al País Vasco, difícilmente se podían llegar a otros sitios, ni creemos que lo desearan.

No vale por lo tanto la excusa de que no se podía pasar por determinados sitios. Lo que ocurría en plena época de El Correo Español era que, como organizaban ellos, las etapas más decisivas tenían que disputarse en el País Vasco y los puertos más gordos tenían que ser los suyos, principalmente los que pudieran estar relativamente cerca de las capitales de provincia o como mucho de las poblaciones más importantes, es decir, que hablamos de Muñecas, Sollube, Urkiola, Orduña, Jaizkíbel, Elgeta, Azkárate, Bidania, Aritxulegi, Agina, Herrera y paramos de contar, todos ellos segundas o terceras, como mucho primeras cortos.

Etapa con final en Formigal en la Vuelta del 75. Media montaña con final en alto para la disputa de una de las jornadas decisivas de la carrera.

En el año 71 el Giro se adentra en Austria para superar el tremendo Grossglockner.

El Mont Ventoux se convierte poco a poco en un mito dentro del recorrido de la ‘Grande Boucle’.

Por lo que se refiere a los finales en alto, únicamente a partir de los 70 ponen alguno, y de manera muy tibia. Si quitamos la cronoescalada de Pajares del 65, prácticamente no hay finales en grandes puertos, sólo se ven cosas como Formigal, Arrate, Urkiola, Naranco, Santuario de Oro, Santuario de la Bien Aparecida y poco más.

Sería una cuestión de falta de patrocinadores, pero si llegaron a Formigal suponemos que pudieron llegar a otras estaciones invernales de las que estuvieran disponibles en los 60 y 70. De todas formas llegadas en alto a Pajares o a Navacerrada casi seguro que sí las hubieran podido programar. O una en Sierra Nevada, estación en la que, por ejemplo, se habían disputado competiciones internacionales de esquí en los años 50, prueba de que se podía aprovechar.

Donde si destacaba la Vuelta realmente era en las cronos. La más aprovechable hoy en día podría ser la cronoescalada de 41km desde Mieres hasta Pajares que se disputo en el 65, con una primera parte llana pero picando hacia arriba y los 13km finales al 7% de media. Pero hay otras que también nos parecen brillantes:

  • Una de 61km entre Eibar y Vitoria en la que se subían Elgeta y Urkiola.
  • Otra entre Bayona y San Sebastián en la que se llegó a los 82km y en la que se subía y bajaba Ibardin.
  • El puerto de Herrera se subió tanto por el norte como por el sur en sendas etapas Vitoria-Haro y Laguardia-Vitorria, de 61 y 44km respectivamente.
  • Muy larga también fue una entre San Sebastián y Tolosa (67km), subiendo y bajando Usategieta.

Hasta las cronos llanas fueron especialmente largas durante los 50 y los 60, con especial mención para una Zaragoza-Huesca del 57 que tenía 85km y que curiosamente ganó Loroño con 6 segundos sobre Bahamontes, ambos escaladores, y eso que la del 57 fue la Vuelta con mejor participación de la historia. Pero en general rara vez había una edición que no tuviera alguna crono por encima de los 40km, o dos de ellas, como en el 63, edición que tenía dos cronos de 52km, una entre Mieres y Gijón y la otra entre Sitges y Tarragona. Más adelante, durante los años 70, el kilometraje de las cronos baja considerablemente y no llegarían nunca ni a 40km, muchas de ellas ni llegaban a los 20km.

En la Vuelta las etapas decisivas eran más bien etapas de media montaña.

El Stelvio fue final de etapa en alguna ocasión durante los Giros de los años 70.

Croix de Fer – Galibier, clásico encadenado de grandes puertos alpinos en el Tour.

Pero ¿qué se estaba haciendo en el Tour o en el Giro durante los años 60 y 70?. En el Tour veremos encadenados de puertos realmente durísimos, y las etapas con final en alto son muy interesantes, tanto las que sólo destacan por el último puerto como las que tienen muchos, con especial mención para la de Pra Loup del 75, que presentaba una barbaridad de desnivel acumulado pero la casi obligación de atacar desde lejos dada la corta longitud de la última subida.

Donde se bajaba un tanto es en la media montaña, pues casi no hay nada de interés. El Tour siempre se ha centrado en la alta montaña debido a que la mayor parte de su territorio es llano, prácticamente sólo tiene grandes puertos en los Alpes y en los Pirineos, y cuando se llega hasta allí había que aprovecharlos lo máximo posible, de manera que añadir alguna etapa de media montaña en el Macizo Central o en los Vosgos podía ir en detrimento del número de etapas alpinas o pirenaicas.

Habría que añadir alguna que otra cronoescalada, pues se hicieron a Superbagneres desde Luchon, a Avoriaz desde Morzine o al Puy de Dome un par de veces. También habría que añadir la tradicional etapa por la zona adoquinada habitual de la Paris-Roubaix y con muchísima frecuencia entraban en Bélgica para transitar por el territorio de las clásicas de primavera como Tour de Flandes y Lieja-Bastogne-Lieja.

A veces, las etapas decisivas de la Vuelta eran jornadas de media montaña ciertamente brillantes, pero sin llegar a alcanzar el estatus de ‘alta montaña’.

A veces, las etapas decisivas de la Vuelta eran jornadas de media montaña ciertamente brillantes, pero sin llegar a alcanzar el estatus de ‘alta montaña’.

Duran, Staulanza, Rolle, San Pellegrino… el Giro ‘riza el rizo’ en los Dolomitas.

En el 75 se disputa una de las etapas más míticas de la historia del Tour: Niza – Pra Loup con Saint Martin, Couillole, Champs y Allos en el camino.

En el Giro también encontramos encadenados tremendos, repletos de grandes puertos sin apenas llano entre ellos la mayoría de las veces. Hay finales en alto realmente duros pero también hay etapas en las que la subida final es menos dura que alguna anterior, y también hay otras sin final en alto pero que provocarían diferencias altas. En fin un paraíso para los escaladores y para los corredores valientes. Y eso que en nuestra selección de etapas nos hemos dejado finales la Marmolada, el Bondone, el Monte Grappa… Las cronoescaladas sí que se daban pero no solían ser en puertos excepcionalmente duros.

Pero que la alta montaña fuera durísima no quita para que no apareciera también una media montaña muy bien puesta, especiamente en los Apeninos. Y también se veía con mucha frecuencia un tipo de etapa en general llana pero con alguna subida corta en el tramo final, a modo de emboscada.

En definitiva, mientras que en Italia y en Francia ya apostaron desde siempre por la altísima montaña, en España nunca se hizo. No sería nada complicado diseñar un trazado del Giro o del Tour asumible en la actualidad con etapas que se hubieran disputado antes de 1955. Hacerlo con la Vuelta sería imposible pues apenas encontraríamos alguna jornada de auténtica alta montaña hasta bien entrados los 60 y aún así se trataría de etapas bastante mediocres que además no se prodigaron en absoluto. Incluso durante los 70 la alta montaña en la Vuelta resulta prácticamente inexistente.

He aquí una muestra clara de lo que eran las etapas de alta montaña de cada una de las tres Grandes en la época. Mientras Tour y Giro se atrevían con encadenados cada vez más duros, así como con puertos que a la postre se convertirían en mitos de las respectivas rondas (Gavia, Alpe d’Huez), en la Vuelta lo típico eran etapas de media montaña con un final más o menos duro, pero sin puertos verdaderamente exigentes capaces de ser comparados con los que se subían en Italia o Francia.

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